Feijóo: no es nada personal, solo política

11-09-2016 23:40

Feijóo: no es nada personal, solo política

Xosé Manuel Pereiro (xornalista)


Se puede decir lo que se quiera de Alberto Núñez Feijóo, pero amable en el trato, como pocos. Todos –o al menos todos a los que se nos solicita que opinemos sobre el personaje— coincidimos en que se desenvuelve más que bien en las distancias cortas. Es famosa la foto de su primera toma de posesión en la que aparece abrazándole, en medio de la melée, el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, con un entusiasmo como si le debiese la vida (la vida no, pero la anulación de un concurso eólico del anterior Gobierno PSOE-BNG en el que las grandes eléctricas apenas habían tocado tarta, sí), pero también le puede preguntar al más humilde plumilla por la salud de su madre (se quede o no a escuchar la respuesta). 

De hecho, el pasado 17 de mayo, en el acto central del Día das Letras Galegas, el abajo firmante intentaba sonsacar al entonces magistrado del Tribunal Superior de Galicia Luis Villares si no era bien cierto lo de que iba a ser candidato a la presidencia de la Xunta por En Marea, cuando el actual titular abandonaba el recinto. Desvió el rumbo un par de grados y se acercó a saludar. Villares había dictado las sentencias que le habían tumbado un par de leyes (la del concurso eólico que había sustituido al otro concurso eólico, entre ellas). La corrección política impide, incluso en España, que un político escupa de medio lado al juez que le ha perjudicado, pero los políticos, como los camareros, tienen ese superpoder en la mirada que hace invisibles los cuerpos humanos, y Feijóo podría haberlo ejercido. Sobre todo, como me enteré después, porque no se conocían. 

Pese a ello, Alberto Núñez Feijóo no es persona de muchas amistades (y desde luego, no es que haya sabido escoger a alguna de ellas: al narcotraficante Marcial Dorado se lo presentó quien había escogido como chófer en sus primeros cargos en la Xunta, Manuel Cruz, conocido en Ferrol como Manolo Cruz Gamada). Quizá por su condición de niño extraído de su ámbito, Os Peares, una aldea donde se unen dos ríos, cuatro ayuntamientos y dos provincias, trasplantado a los 11 años interno a los Maristas de León. Hasta el punto de que en su primera jornada de reflexión como candidato a la presidencia, tuvieron que buscarle a alguien que hiciera footing con él por el parque vigués de Castrelos, para no dar la impresión de que se pasaba el día en casa solo. 

Donde luce su encanto y su limpio mirar es en las entrevistas. Sobre todo en Madrid. Allí ha elaborado un personaje de centrista urbano, una especie de Alberto Ruiz-Gallardón preministro. Pero Gallardón junior, como advertía Gallardón senior y no lo creímos hasta que vino el lobo, era un señor muy de derechas. Feijóo no. Feijóo confiesa que llegó a votar a Felipe González (para mí, que de joven ni votaba). En un aniversario redondo del 23F, La Voz de Galicia preguntó a varios políticos qué habían hecho ese día. Los de izquierdas habían administrado su miedo o sus responsabilidades como hombres de los aparatos partidarios, los de derechas se habían preocupado por la democracia recién estrenada, y buscado la garantía. Feijóo había tenido como un impulso de salir del país, pero no en plan exiliarse, sino como disgustado por el ambiente. “En busca de aire”, creo recordar. Como Thelma y Louise, pero sin Louise.

En Madrid ha elaborado un personaje de centrista urbano, una especie de Alberto Ruiz-Gallardón preministro

Feijóo es un político de la factoría José Manuel Romay Beccaría, que fue de todo, sobre todo en Galicia, sin que se notara, y ahora es presidente del Consejo de Estado. Se fogueó en la administración autonómica como quien dice al salir de la Facultad de Derecho, y después, de la mano de Romay, se fue a Madrid a gestionar el Insalud y después Correos, que fue donde crio la fama de buen gestor. Antes de que pudiese echarse a dormir, Romay lo mandó en comisión de servicio para representar los intereses de Génova y los suyos en Galicia, donde los boinas, el PP galleguista comandado por Xosé Cuiña, estaban a punto de controlar el partido con la excusa de gestionar la crisis del Prestige, y vaporizar a los birretes (los urbanitas). Llegó, se hizo con Fraga y después de una especie de primarias (y últimas) se hizo con el partido.

Para conquistar después la Xunta hizo dos cosas. Una, agitar el muñeco de la imposición lingüística y del PSOE como prisionero del BNG. El PP votó por primera vez contra la aplicación de la Ley de Normalización que el Parlamento controlado por Fraga había aprobado por unanimidad. Dos, realizar, por primera vez en Galicia, una campaña basada en el descrédito del rival y en las insidias. Es decir, se trabajó el voto urbano, más dependiente de los medios, a los que le suministró carnaza como el coste de las sillas del despacho del presidente socialista, la foto del vicepresidente nacionalista con un empresario en un yate, o insinuaciones de que maltrataba a su mujer, con la que estaba en trámites de separación. 

Ahora los precios de las sillas no parecen relevantes al lado de lo que tenía Bárcenas en Suiza y navegar con empresarios no es como para pedir dimisiones, teniendo en cuenta con quien embarcan otros. El mismo presidente de Galicia que rompió el consenso lingüístico existente desde el comienzo de la autonomía es el que ahora reivindica “el nada dogmático y cosmopolita patriotismo gallego”. Pero para Feijóo, mencionar sus fotos con Marcial Dorado es “difamar”. Y sobre todo, aquellas cosas que se dijeron de sus rivales, él no estaba de acuerdo ni en la forma ni en el fondo. No era nada personal, solo política. Si me mira, se lo creo.